Homenaje a Jesús Poveda

domingo, 14 de octubre de 2012

Cuatro soneto de Poveda a Miguel Hernández

("El lápiz de Miguel Hernández", obra de Palmeral, 2003)


 Cuatro soneto de Jesús Poveda a Miguel Hernández

                           1

PARABOLA DE LA TRAICION

El Nazareno andaba distraído
 dando su pan y su vino a un cabrero:
 era un pastor de cabras, un obrero,
 un poeta callado, un desvalido.

El Nazareno le habló: "Tus acciones
 son limpias, nada temas; mas tu vida
te hará en tu corazón más de una herida
y el mundo te ha de dar muchas lecciones". . .

Era pastor y poeta, de Oleza,
 un pueblo con palmeras, suyo y mío,
 cuando abstraído iba por su huerta

sin humillar su frente, su cabeza,
y el Nazareno lo vio junto al río
y le advirtió: "¡nadie te abrirá su puerta!"

                            2

PARABOLA DE UN CRIMEN

Tan joven como tú fue Jesucristo.
 Por ser de alma tan limpia lo mataron,
 dándole la cicuta. . . Lo vejaron. . .
 Murió en su Cruz. Sabían que era listo,

y la listeza, amigo, ofende al bruto.
 Lo mismo se ofendieron tus rivales
por tu poesía y tus nobles ideales,
 y te dieron tu muerte, nuestro luto.

¡Qué semejante fuiste al Cristianismo
 del mismo Cristo Dios sacrificado!
 ¡Fuerza vital, luminosa, acabada!

Treinta y dos años fueron a un abismo;

 Cristo, a los treinta y tres, crucificado:
 ¡paralelismo igual en la jomada!


3

PARABOLA DE LA LUZ

Nadie cerró tus ojos: tu mirada

 quedó fija en el cielo, como estrella 
de gran constelación, la más bella:
 lucero de la noche enamorada.

Los astros, en un coro refulgente,

 giraron tu alrededor; tu agonía
 se convirtió en satélite ese día,
 como cuidando tu cansada frente.

Cansada estaba de sufrir la pena

 por tanto muerto que hubo en la batalla, 
por tu destino infame, sometido

a tan viles bajezas por condena.
Mas tu frente no ha muerto: es luz que estalla
¡y un volcán son tus ojos en su nido!



4
PARABOLA DE LA POBREZA

Me contaron hoy que estaba yacente

 sobre una losa fría: un esqueleto
todo su cuerpo, él, que fue completo. . .

 ¡ni pudo despedirse de su gente!

Que a la Prisión llegaron ese día

 su mujer y su hijo, sus hermanos, 
y que ella trató de posar sus manos 
sobre la faz del muerto, que aún veía. . .

Que un sayón que vigilaba al yacente

 tuvieron que entretener, de manera
 (como recuerdo eterno del ausente)

que cortaran sus uñas con tijera
¡Las uñas de aquel muerto fue el presente,
que llevaron a su huerto y su higuera!



Publicados en Vida, pasión y muerte de un poeta: Miguel Hernández, México, Ediciones Oasis, 1975.

sábado, 13 de octubre de 2012

"Memoria de vida de Carlos Fenoll", donde aparecen fotos y reseñas de Poveda y de Josefina

Realización de Patricia López Pomares, guión de José Antonio Torregrosa, documentación, fotos y dibujos de Ramón Fernández Palmeral, narración de Luis García Guardiola y música de Ludovico Einaudi. Patrocinado por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Orihuela.  "Memoria de vida de Carlos Fenoll".
(Ramón Palmeral, junto a Vicente Luis Fenoll Ávila, hijo de Carlos Fenoll durante la proyección del documental en el Auditorio de la Lonja de Orihuela. También asistieron su nueva Mercedes y María Teresa Fenoll, hija de Efrén Fenol. 11 de octubre 2012).

Carta de Miguel Hernández donde se cita a Poveda

(Fragmento de la carta) En febrero de 1936, Miguel Hernández escribó una carta mecanografiada a Carlos Fenoll donde citó a Jesús Poveda en dos ocasiones

viernes, 12 de octubre de 2012

"La soledad del claustro" cuento de Poveda de 1930

Revista "Voluntad", número 12, 1930, donde publicó Jesús Povedad "La soledad del claustro", está incompleto, la pñágina termina con la coletilla "continaurá" sin embargo el número 13 de "Voluntad", que no se ha encontrado. (Biblioteca Pública de Orihuela), facilitada por su director César Moreno, nuestro agradecimiento).

                                               TEXTO DEL CUENTO

                                     LA SOLEDAD DEL CLAUSTRO



                                 CUENTO  por Jesús Poveda
                           I
Apenas se extinguió la noche, muy obscuro (sic) aún, cuando la madrugada era una mancha nivea de nubecillas tempra­neras esparcidas por él cielo, y éste bri­llaba en la penumbra, oyéronse confusos ruidos de sandalias chillonas, chirriar de pájaros y de rosarios; tropel que por la ya acostumbrada manifestación tempra­na en el convento, diríamos ser las cuatro de un nuevo día.
El sonido de una campana muy quedo, que no interrumpía el sueño sino a aque­llos que por costumbre le esperarían, hacía ver desfilar por una misma calle, larga, espaciosa, un reguero pronto ter­minado de fíeles que acudirían a oír misa.  Yo también acudí. Entrábamos con pa­ciencia y nos colocábamos en unos ban- quitos de recia construcción y. aceitada madera, donde a poco, veríamos salir por una puerta estrecha, baja y obscura, un fraile de barba larga y blanca, envuelto en una usada casulla de vivos colores de oropel.
Algunas beatas, arrodilladas en el lim­pio y enlosado suelo, junto a la boca de un viejo confesonario (sic), esperaban la hora de evocar ante un antiguo padre del con­vento sus pecados; mientras otras, ya desocupadas, rezaban con un rosario de cuentas visibles y no cesaban de postrar su mirada sensible ante el altar de las «Tres Ave Marías».
Terminaron las ceremonias. Devotas y devotos salían por la misma puerta que entraran, la que en su vieja fachada de piedra de sillería, de forma circunferencial, lucía el grabado de un fraile menudo y de un niño pequeño que llevaba en los brazos.
   La Iglesia quedaba a obscuras (sic) toda ella, excepto en algunos rincones donde perpétuamente había unos candelabros color oro, que debían permanecer encendidos, pagando con ello la fe cristiana de algún alma pecadora. Un hermano ca­puchino, encargado tal vez de esa misión apagaba y encendía velas. Solo yo de los visitantes del templo quedé allí dentro.
—Hermanito—pregunté al fraile—, ¿haría el favor de ver si podía hablar con el padre José?
El hermano, con mucha amabilidad y cortesía, se interesó por mi requerimien­to. Poco tardó en decirme que el Padre José me esperaría arriba en su celda.
Subí al convento, cruzando pasillos donde reinaba la dicha de ser alejado del mundo pendenciero y donde podía aspi­rar el aire agradable y delicioso de la hermosa Primavera, y al entrecruzar uno, me hallé con el Padre José.
—¿Qué hay? ¿Qué tal sigue usted, Pa­dre José?—pregunté al viejo alegremente, que hacía tiempo no había visto.
 Y el antiguo Padre me saludó con esa cortesía y dulzura de palabras que hala­gan como las de un padre. Además, yo era conocido por éste desde que, chiqui­tín, me arrullaba en sus brazos, como mi propio padre lo hubiese hecho cuando me tuvo a su lado. Ya era viejo como di­go, y los años pesaban sobre él como pe­sa la carga en el asno poco trabajador. Llevaba barba gris, de un gris tostado por el tiempo. Sus ojos se cubrían entre los pelos de sus largas cejas, y su corona de fraile, ya no era corona: era una cabeza limpia por la calvicie. Sus pies esta­ban llagados por el duro material de sus pobres sandalias, y ésto le hacía andar cojeando y condoliéndose a cada instan­te como un reumático. ¡Pobre Padre José! Cuando yo le conocí era más joven, no era fraile... solo un amigo inseparable de un niño que tendría unos ocho años.
Entré en su celda; no cesaba de llamar­me por mi nombre: «Luis, ¿qué es de tu vida, hijo mío, que es de tu vida, Luis?»
   Y así, así pude ir hasta aquella celda estrecha, poco larga, obscurecida.... En ella había unas sillas, muy pocas, así co­mo dos o tres; una mesita que parecía ser de despacho y no era, donde había libros revueltos y abiertos unos, y pape­les que tenían unas líneas escritas a lápiz, en forma de borrador. ¡Hasta la inspira­ción se le agotaría al padre José E1 que había hecho admirables composiciones poéticas en su juventud...
—Cuéntame, hombre, cuéntame que estoy anheloso de oirte—me dijo el padre José con voz melodiosa, dulce, pura como la de un niño. .
—Es algo «gordo» lo que he de con­tarle, padre, pero yo no sé si es que la garganta se me ha secado para oprimir las palabras que había de pugnar por sa­lir de mis labios.
—¿Qué es ello?—balbuceó el padre Jo­sé, creyendo tal vez que Luis debía tener una historia ruin, acosada por la mendici­dad. ¿Acaso tu historia es triste de con­tar?...
—Sí, padre; es una historia no mía, si­no de otro, y que ha de causarle horror... Y por eso mismo prefiero no contársela. Yo he venido a hacerle una visita nada más, porque comprenderá que venir a este pueblo, pisarlos portales de otros templos y no pisar los de este convento para siquiera verle... después de tanto tiempo...
—Tienes razón, hijo mío—apoyaba el padre—; yo no te esfuerzo, no me gusta esforzar a nadie, pero oye, escucha... Esa historia, ¿de quién es?
—A mí tampoco me gusta dejar un esquema lastimoso en el recuerdo de nin­gún viejo, y por eso... pero en fin, ¡esa historia es de su hijo!...—díjole Luis tem­bloroso al padre José y en voz baja, pro­curando que la palabra HIJO no llegara más que a los oídos del padre.
 El anciano clérigo le miraba extasiado, absorto; sus oídos quedaron atónitos por unos instantes y sus palabras querían estrellarse contra aquella expresión de disculpa que no supo responder.
—¿Qué me dices, Luis? Tú sueñas, tú mientes acaso olvidando de que yo ya no soy aquel «Don José» que te arrullaba en sus brazos y te quería igual que hoy te […]

Continuará

miércoles, 10 de octubre de 2012

  • LA FUNDACIÓN MIGUEL HERNÁNDEZ RECIBE UNA IMPORTANTE DOCUMENTACIÓN SOBRE JESÚS POVEDA PROCEDENTE DEL ARCHIVO FAMILIAR DE SU HIJA

Tele Orihuela [01/10/2012]

La Fundación Cultural Miguel Hernández ha recibido diversa documentación sobre el escritor oriolano Jesús Poveda y de su esposa, Josefina Fenoll [hermana del poeta-panadero Carlos Fenoll], procedente del archivo familiar de la hija de ambos, Marisa Poveda Fenoll, residente en Cuernavaca (México).
Entre la abundante documentación destacan fotos familiares de la estancia de la familia en la República Dominicana y en México, actas de nacimiento del matrimonio, y los libros  "Sobre la misma tierra" y "Ensayos", publicados por Poveda en la República Dominicana entre 1940 y 1941, y que son desconocidos en España. La hija del escritor también ha facilitado un libro inédito de sonetos de su padre, "La ausencia inolvidada", dedicado a Miguel Hernández.
Por su parte, el Archivo General de la Nación de la República Dominicana ha enviado a la Entidad fotografías de la casa donde se hospedó el matrimonio Poveda-Fenoll en su exilio, las solicitudes de permiso de residencia del matrimonio, y diversos artículos de Poveda publicados en la prensa local, uno de ellos, desconocido, sobre Miguel Hernández de 1943.
Toda esta importante documentación será incorporada en el libro que la Fundación que lleva el nombre del universal poeta está preparando con el título "Los amigos exiliados de Miguel Hernández", que ha merecido la ayuda del Ministerio de la Presidencia.



Reseña de Jesús Poveda en su libro de 1975

 Reseña de Jesús Poveda en las solapas de su libro Vida, pasión y muerte de un poeta: Miguel Hernández, Memoria-Testimonio,  México, Oasis. S.A., 1975, talleres Litoarte, S. de R. L. Ferrocarriles de Curvanava 683.


(La portada es un grabado antiguo de la ciudad e Orihuela. Grabado que tiene al pie la siguiente nota: "Jphs. Vincens. Alagarda del. & Sculp. Oriolae. La fecha es de 1760"



JESUS POVEDA nace en Murcia en 1912. Cuando apenas tendría año y medio de edad, sus padres cambian su domicilio a la Ciudad de Orihuela (Alicante), cuna del poeta Miguel Hernández, y allí pasa todos sus años, hasta el de 1938 en que la Guerra Civil Española lo lleva como combatiente a los frentes de Cataluña.

Su afición por las buenas letras data en Poveda cuando éste tenía quince años de edad. Por ese tiempo comenzó a publicar sus primeros trabajos en verso y prosa, firmándose con seudónimo, en revistas de poca monta, como lo eran las que se hacían en aquella provincia. Poveda pertenece a la generación de poetas y escritores oriolanos délos años 30, la misma de Miguel Hernández A éste lo descubre en 1929, cuando todavía era un humilde cabrero que repartía la leche casa por casa, y nadie en el pueblo sabía que fuera poeta ni cómo era su nombre, pues se le conocía por el apodo de su padre el Vicenterre.

Con sus amigos Ramón Sijé (José Marín Gutiérrez) y el panadero-poeta Carlos Fenoll -del que nos da noticia en las páginas de este libro- se forma la cuarteta de poetas y escritores de aquellos años; pequeño grupo éste de amigos que tiene para la historia de la poesía española el mérito indiscutible de haber sido los que nos dieron a conocer a tan grande poeta como lo fue el humilde pastor, y los que lo alentaron y ayudaron en su arduo peregrinar por la capital de España.

De tan reducido grupo, en 1935, la muerte les arrebató a Sijé. Unos años antes, con éste a la cabeza, vieron la luz varias revistas literarias que contribuyeron, de manera muy notable, a la difusión de la poesía y las letras, y a la exaltación -harto merecida- de tan egregia figura de escritor como lo fue el cronista de Oleza Gabriel Miró.

Miró fue, en efecto, maestro y guía espiritual de esta juventud oriolana, y la obra de aquél, sin lugar a dudas, fue la que los ayudó a formarse ellos y el propio pastor de Orihuela.

Unos meses antes de que los fascistas se sublevaran, Fenoll y Poveda se habían dado a la tarea de publicar una Hoja de Poesía que titularon Silbo, de aparición quincenal, en colores, y en ella -por mediación de Miguel Hernández, que a la sazón se encontraba en Ma-drid- prestaron su colaboración firmas de tanto renombre como ya lo eran las de Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, Pablo Neruda, Juan Ramón Jiménez, etc.

Terminada la contienda en 1939, Jesús Poveda sale al exilio, hacia Francia. Y en la Navidad de aquel mismo año, embarca con su esposa en el vapor francés Cuba y se dirige hacia la República Dominicana. En esta isla del Caribe publica dos libros: uno de poesías (Sobre la misma tierra); el otro, que titula Ensayos, lo formó con dos conferencias que dictó en la Universidad de Río Piedras, Puerto Rico (1940), y que dedicó a los poetas García Lorca y Aleixandre.

Por esos años colaboró Poveda, además, en diferentes periódicos y revistas de Santo Domingo, Puerto Rico, Cuba, Argentina y México, especializándose en temas de Arte y crónicas musicales, principalmente.

Llegado a México, en 1944, el destino le juega la mala pasada de convertirlo en viajante de comercio, o agente de ventas, hasta que desembocó en industrial, como lo es ahora. Pero ya liberado un poco de todo ese pasado, todavía -como siempre- con el gusanillo en el cuerpo de poeta y escritor, este autor trata de recomenzar por donde se dejó su pasado, y de aquellos años que se le fueron, aprisiona estajuventud de que nos habla en su libro, y nos da esta pintura de aquel mundo suyo de Orihuela y su grupo dé amigos.

No es ésta una biografía más del poeta-mártir Miguel Hernández, sino una viva memoria de su tiempo y su destino.

lunes, 1 de octubre de 2012

"Sobre la muerte" Poema de Poveda



“…Y sé yo bien que muero
Por sólo Aquello que morir espero”
GARCILASO

No hay pedazo da mundo que no habites.
La sombra de mi mismo eres presente,
   
oh materia de la sangre y del ocio,
sementera de lanada y de la tierra,
apropiado lugar para los hombre
a donde van con crues infintas.

Asi eres tu cuando no duermes sola.
del fondo del suspiro
del ancho fondo, al labio,
con suprema expresión
de tu saliva oculta,
vas llegando a los días y a las noches,
vas llegando a los polos,
al norte y sur de la creación del mundo.


Acállate en la guerra,
acállate en tu nombre,
que no pronuncien labios tu presencia
ni en los pechos se ahonde la desgracia.
te lloran sumergido lagrimales,
emergidas ojeras.


La forja de los hombres la detienes
estrangulando las venas y las rosas,
los metales preciosos,
la panoja y la avena,
los pelo que no se crispan con los trigos
cuando en verano duerme
una siesta de sol a sol sin amo.

Por qué ha de ser la muerte
 precisamente el tiempo
donde la vida toa se cosecha?

Los hombres no se explican
no se explican en fin de su principio.
Y vienen los poetas,
los hombres que al hablar se arrancan venas,
a descifrar el eco
y el porqué de las voces que retumban.

La soledad suprema
tiene la sempiterna el esqueleto,
la pura realidad de lo que existe
sin sastre ni figura.

No me explico la lluvia ni el rocío
ni el porqué tantos mares se convocan
cuando viene el final de cada vida.

Y si el hombre aún no sabe
el porque de las cosas que pronuncia,
por qué la dice en vano,
con la misma torpeza que los mares,
que quieren tercamente
salirse con sus aguas de la tierra?

Espero la presencia de los llantos,
llegar hasta el aliento,
hasta el umbrosos mensaje del alma.
hasta el diente futuro de la tierra.

Espero sobre todo el desenlace,
la presencia segura de los gritos,
de estas que no surjan en el alma
cuando la muerte venga
con cara indiferente.

Jesus Poveda, 1940. “Sobre la misma tierra”